Hay hoteles para dormir, ir a comer, tomar el té, reunirse, relajarse… y hay hoteles donde lo mejor es respirar, respirar ese ambiente que transmiten los grandes hoteles llenos de leyendas y anécdotas de los mitos que en ellos se alojaron.
Este es el caso del Waldorf Astoria, sinónimo de elegancia y exclusividad desde su inauguración en 1931.
Inicialmente el hotel no estaba situado en Park Avenue entre las calles 49 y 50, sino en el espacio que hoy ocupa el Empire State Building y se componía de dos casas señoriales pertenecientes a los Astor, una de las familias de origen alemán, procedentes de la ciudad de Waldorf, más influyentes de la ciudad de Nueva York, familia que por discrepancias se separó y creo dos hoteles, el Waldorf y el Astoria que posteriormente se unieron dando lugar allá por 1931 al hotel más grande y más alto del mundo y el primero de estilo Art Decó.
Desde entonces, es uno de los principales emblemas de Nueva York y parte de la historia de la ciudad.
Siempre ha sido, por su alto nivel de seguridad, uno de los hoteles preferidos por presidentes de Estados Unidos como Kennedy y Ronald Reagan, cuya mecedora y escritorio respectivamente se encontraban en la suite presidencial, y por una interminable lista de celebridades de la talla de los Duques de Windsor, Isabel II, Cocó Chanel, Frank Sinatra, Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, Arthur Miller, Grace Kelly y Raniero de Mónaco, David Bowie o Richard Gere.
El Waldorf Astoria también ha sido escenario de películas como “Esencia de mujer”, “Sucedió en Manhattan”, «El gran Gatsby”, «El Padrino III» y la famosa serie de culto “Mad Men”.
Es un hotel lleno de anécdotas, algunas reales, otras posiblemente leyendas urbanas como la que protagonizó una de las artistas españolas mas admiradas en Estados Unidos en los años 40, hablamos de Carmen Amaya, quien iba paseando por las calles de Nueva York y pasó por delante de una pescadería, donde vendían sardinas que compró y se las llevó a la suite imperial, donde la genial gitana estaba alojada. Dicen que cogió un somier y usándolo de parilla asó las sardinas, impregnando todo el hotel de un característico olor.
Desde siempre ha sido un hotel innovador, especialmente en el aspecto gastronómico, fue el primero del mundo en ofrecer a sus clientes el servicio de habitaciones 24 horas y también fue el creador del menú infantil. Pero realmente sus grandes aportes gastronómicos son el haber inventado la ensalada Waldorf o los huevos Benedictine.
Son muchos los restaurantes en el mundo con huerto propio, pero posiblemente sea el único que tiuvo en su azotea un panal con 45.000 abejas que elaboran miel para uso exclusivo del hotel, una vez más la innovación es emblema de la casa.
Sus salones son de los más afamados de Nueva York, cada día celebran decenas de banquetes y a modo de anécdota cuentan que hubo un tiempo en el que los huéspedes llegaban a sustraer hasta 25.000 cucharillas de café a la semana que se llevaban de recuerdo. Un gasto que el hotel consideraba como una inversión ya que el coste de reponer las cucharillas quedaba compensado por la publicidad que suponía para el establecimiento.
Otro dato curioso es que el hotel se construyo sobre un antiguo andén, concretamente el llamado 61, que fue utilizado por personalidades como el presidente Roosevelt para acceder directamente a través de un ascensor privado a su suite de una forma más que discreta. El último uso de este espacio se lo dio Andy Warhol en 1965 como escenario de una de sus famosas fiestas.
Y si antes les contaba la historia protagonizada por la artista Carmen Amaya me despediré con otra historia, que refleja la vocación de servicio de los hoteleros estadounidenses. Cuentan que una noche allá por los años 20, un hombre mayor y su esposa, entraron a la recepción de un pequeño hotel en Filadelfia y solicitaron una habitación para pasar la noche. El amable recepcionista que les atendió les dijo con tono de preocupación: “lo siento, hay tres convenciones en la ciudad y no solo nuestro hotel sino todos los demás están totalmente ocupados”. El matrimonio se quedó perplejo, pues era noche avanzada, pero en ese momento el empleado les dijo: «Miren…, no puedo enviarlos afuera con esta lluvia. Si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me quedare trabajando toda la noche.
A la mañana siguiente, al pagar la factura el hombre pidió hablar con él y le dijo: «Usted es el tipo de gerente que yo tendría en mi propio hotel. Quizás algún día construya un hotel para devolverle el favor que nos ha hecho».
El recepcionista tomó la frase como un cumplido y se despidieron amistosamente. Pasados unos años el empleado recibió una carta donde se le recordaba el buen trato que dispensó a unos anónimos huéspedes, junto con un billete de avión a Nueva York y la petición de reunirse con el misterioso anfitrión, quien no era otro que Willian Astor, el cual le llevó a la Quinta Avenida, esquina con la calle 34 donde le mostró el que hoy es el Waldorf Astoria, el hotel que había construido para él.
Actualmente El Waldorf se encuentra cerrado por reformas desde 2017, ya que pertenece al grupo hotelero Hilton, que además tiene intención de abrir otros hoteles Waldorf Astoria como icono de hoteles de lujo y glamour.